Entre el sueño y el dolor

 


Los conceptos, sin los cuales no habría la menor aprehensión posible, se agitan en la obra porque remiten efectivamente a una movilidad en el seno de la realidad psíquica. Lo que fija las oposiciones es nuestra propia dificultad para pensar fuera de los marcos de una lógica discursiva. Y si la orientación nosográfica es indispensable para extraer estructuras de un continuo, necesariamente tiende a mostrarse con los rasgos de un cuadro clínico; es así como hoy se habla de «personalidades narcisistas», desconociendo el hecho de que ninguna personalidad podría constituirse y mantenerse sin aportes y aprovisionamientos narcisísticos. Sin cesar se amplía el abismo entre lo que el psicoanálisis descubre de nuestro funcionamiento, incluido el del pensamiento, y percibe de nuestro modo operatorio efectivo, y el tipo de pensamiento que utilizamos para dar cuenta de él. Esta experiencia se ve necesariamente deformada, como la experiencia del sueño es deformada por el relato. Nadie puede hablar en verdad del análisis, y menos aún escribirlo. Se precisaría una «reforma del entendimiento» y una transformación completa de la escritura, en ese terreno donde ahora nos limitamos a inventar trucos y no llegamos sino a formaciones de compromiso.

Los escritos psicoanalíticos oscilan, a menudo en un mismo autor, entre el estilo alusivo o demostrativo, el grafo o el poema; el habla se hace pítica o didáctica, apela al Maestro o a la experiencia vivida, la mimesis del proceso primario alterna con la lógica de la argumentación. ¡Cuántos esfuerzos, a veces, por parte del psicoanalista, para asegurarse y convencer al lector que la teoría que desarrolla no es producto de un fantasma que lo habita! Sin duda le gustaría que creyeran en su palabra, aún cuando no ignora que su palabra, como la de otros, no es libre.

No es seguro que se puede actuar de otro modo, y el presente libro no está libre de las disparidades de estilo. Tiene páginas que parecerán muy «literarias», otras muy «sabias», capítulos donde el mecanismo de condensación es demasiado activo, otros donde la elaboración secundaria se impone en exceso. No creo que sea posible situarse más allá de esa crítica, pero quizá sea menos fundada de lo que parece. La producción escrita de un psicoanalista se sitúa así en el «entre-dos»; entre los que alimentan su pensamiento —fundamentalmente los pacientes— y lo que puede brotar de su propio fondo, entre la «asociación libre» —apremiante— y estructuras mentales que todos, aunque nos pese, hemos heredado, entre la teoría y el fantasma, entre el saber y la ignorancia.

En la medida en que este libro pretende examinar una pluralidad de espacios psíquicos -sueño e ilusión, fantasma y “sí mismo” -, en la medida en que señala sus “lazos” (entrelacs) como hubiera dicho Merleau-Ponty — entre lo femenino y lo masculino, la muerte y la vida, la transferencia y la contratransterencia—, en la medida, en fin, en que su interrogación subyacente apunta a lo que funda esta separación en lugares, se prohibe a sí mismo la unidad del espacio de la escritura. Todo lo más se puede intentar hacer del lector un testigo del trayecto seguido, como el Rousseau de las Confesiones, que era un escritor y sin duda fue el que fundó la escritura de sí, mientras que, para un psicoanalista, escribir nunca es más que una consecuencia, e incluso un fracaso, de lo que lo trabaja.

31 de diciembre de 1976

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